Me he dado en escribir el siguiente texto a propósito de mi exposición en Saarbrücken (Alemania) en el año 1996. Recuerdos lejanos y ciertas reflexiones con las que he tratado de comprender cómo el arte, en sus diferentes manifestaciones, siempre ha estado presente en mi vida. A.R.

 

 

 

PINTAR

Al observar mis cuadros pertenecientes a la serie “En tierra” vuelven a mí antiguas referencias, mi primer asombro ante el paisaje que sin lugar a dudas me llevó a descubrir la pintura. Esto sucede en los años de mi infancia. Solitarias estaciones de ferrocarril daban nombre y razón a diminutos puntos en la vastedad del mapa de la provincia de Buenos Aires: Pillahuinco, Las Mostazas, El Divisorio, Lartigau... iban diseñando cartografías imposibles. Recuerdo tardes de invierno con viento y cielos enrojecidos sobre una línea inabarcable que divide fatalmente la pampa.

El camino iba anunciando llegadas y destinos por medio de una curva, un repecho, un pequeño accidente orográfico que mi avidez reconocía y que el viejo Chevrolet “a bigotes” del ’30, como si también supiera, se disponía a atravesar en un último esfuerzo. Yo iba sentado junto al silencio de mi padre, en estos viajes que recuerdo infinitos y circulares... Más tarde será en la ciudad de Bahía Blanca donde cobrarán presencia la pintura, la escultura y los formidables amigos que tanto ayudaron a soñar, compartiendo mesa y vino.

Y de nuevo la presencia del paisaje, pero ahora, para asombro de mi permanente curiosidad, el mar visto por primera vez a los quince años y que haré mío en imborrables encuentros, dejándome su ausencia una definitiva nostalgia. Un paisaje poblado de gente portuaria donde se podían percibir otros mares y otros sueños, que nunca me atreví a pintar.

En la Patagonia con toda su grandeza – esa otra forma del mar -, que me di en descubrir en años de juventud, donde la distancia pierde su razón, el paisaje se pobló de bares de frontera. Allí, entre oscuros rostros y putas formidables, intuí que el destino puede estar labrado en la cara de dos dados.

Buenos Aires, en los ojos sorprendidos del amor de una niña, me amarraría con el dolor de lo irremediable. Este paisaje de contrastes, de verticalidades, de calles íntimas e inciertas luces, me dio un puñado de conmovidos amigos, hombres herederos de una antigua estirpe de soñadores y que en mí están. De este paisaje, del cual en obras anteriores (Espejo de Madera, Solserpiente, 2 x 4, Buenos Aires) entre otras, me permití deslizar algún signo de su iconografía en forma de soterrados mensajes.

España 1977. El abrazo cordial del amigo que espera. La sorpresa ante paisajes intuidos, las visitas nunca suficientes a los maestros, en la fresca y segura sombra de esa isla que es El Museo del Prado. Años febriles de pintar, descubrir, indagar en busca de verdad, conmovido ante los designios que el azar depara. Es entonces cuando en la distancia, los paisajes de mi tierra me llegan en íntimas sensaciones, en atmósferas evocadores e imperceptibles... La abstracción me permite plasmar estos sentimientos y descubrir una forma nueva de libertad en la pintura.

“En tierra” es la serie de pinturas reciente (1995-96) que pertenecen a mis actuales vivencias alejado de la gran ciudad, vuelto al paisaje en esta Villa de Horche, enclavada en La Alcarria, donde voy recuperando los antiguos sonidos del campo, la cotidiana lección de la naturaleza y donde me demoro en dibujar una encina o en aprehender el oscuro mensaje de una olma solitaria y muerta.

Nuevos recodos y repechos que traen otros a mi memoria voy descubriendo... Y es Jesús Horche mi maestro en tallar la madera quien me acompaña en estos nuevos andares, castellano de saberes firmes y mano cordial.

Reivindico para mí el derecho a cambiar, a tomar en cada momento lo necesario ya no de lo propio, que no contiene virtud, sino de todo lo que el formidable legado de la historia del arte brinda para intentar expresarme mejor. Ignoro si en esta serie prevalece la abstracción o si, por el contrario, los signos que configuran el paisaje diseñando nuevas cartografías se imponen. Sé que esta pintura me representa, no sólo ante el nuevo paisaje, sino en los ocultos entresijos del espíritu.

Por último, hago míos los versos de Hölderlin que tan presentes tuve cuando trabajé la serie de esculturas “Los soñadores” que pertenecen a esta exposición:

“...un hálito sagrado fluye divino por figuras de luz
cuando la fiesta crece y los torrentes del amor se agitan
y abrevado en el cielo, ruge viviente el río,
cuando abajo retumba, y la noche ofrece su tesoro
y el lecho de los riachuelos brilla el oro inhumado.”


2007

Atrás quedaron los feroces e inmorales años de las dictaduras en mi país, la obra pintada con urgencia denunciando atropellos se fue perdiendo en el camino. Fue cambiando mi pintura, pero la emoción siempre es la misma. Llegué a España con mi familia, 1977. Allí y aquí se fueron quedando los viejos amigos a los que no les gusta este mundo y siguen luchando. Muchos se fueron para siempre. No los olvido. Todo cabe esta tarde en que mi hija escribe, mi perro Newton me espera y yo intento seguir pintando.

A.R.

 

 

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